
En este post nos adentraremos en una de las regiones con más personalidad de toda Francia. Un rincón en el que el carácter celta se mantiene muy vivo y en el que se combinan, en las dosis justas, unos paisajes imponentes con unas memorables tradiciones ancestrales, y unos bosques llenos de misterio con un omnipresente mar, que impregna a tierras y gentes de un carácter especial, único.
Hablamos de Bretaña, ese rinconcito de Europa que enamora a franceses y foráneos con su carácter, sus gentes y su gastronomía. En una época en la que no estamos acostumbrados a escuchar la palabra “Bretaña” sin un “Gran” delante, merece la pena descubrir la “Bretaña” a secas. Un recorrido que nos hará reflexionar sobre cómo la grandeza no siempre tiene que ver con el tamaño, ni las prisas con una buena vida.
Lo que viene a continuación es un boceto de un recorrido por la región de Bretaña, tratando de captar lo más interesante de esta región. Puede utilizarse como esquema para una pequeña escapada bretona o como guía para organizar unas vacaciones completas por la región. En cualquier caso, tengo la esperanza de que sirva de que sirva de estímulo en el lector para que tenga presente esta preciosa región a la hora de decidir un destino de viaje.
¿Preparad@ para visitar Bretaña? Pues sigue leyendo y… ¡No te Olvides el Pijama!

Comenzamos nuestro recorrido por Nantes, una ciudad que siempre perteneció a Bretaña y que nunca renunció a su carácter y cultura bretonas, por más que las divisiones administrativas de la posguerra la dejaran fuera de Bretaña y pasara a ser, curiosamente, la ciudad más poblada de la región francesa de los Pays de la Loire.
Nantes es un destino razonablemente bien comunicado, ya sea en avión (aerolíneas como Iberia y Vueling tienen vuelos regulares hasta allí), tren o coche. Nos servirá de punto de partida y llegada en un recorrido más o menos circular por Bretaña.
Podríamos decir que la ciudad de Nantes es una puerta de entrada hacia Bretaña. Es una ciudad de unos 300.000 habitantes que refleja muy bien el crecimiento de los años ochenta. Fue una ciudad plenamente industrial, que antaño se benefició de su situación geográfica (en la desembocadura del Loira) para ser un importante polo comercial y, actualmente, va recuperando un carácter más original, apartándose de la impersonalidad que generan los excesos de la industrialización.
En Nantes, no hay que dejar de ver la catedral, el Jardin des Plantes y el castillo de los duques de Bretaña, en ese centro histórico que deja entrever ya su origen bretón. Tampoco hay que perderse su llamado “barrio de las bestias mecánicas”, en la llamada “Isla de Nantes”, donde pasearemos sin tapujos entre curiosos animales mecánicos en un barrio que antes solo era territorio de barcos de carga y estibadores. Porque Nantes, hoy en día, es un referente en arte moderno.
Pero Nantes no tiene nada que ver con esas imágenes bucólicas, de pueblecitos preciosos, que nos vienen a la mente cuando pensamos en Bretaña. Pero tranquilos, vamos a empezar nuestra ruta hacia el norte y, poco a poco, veréis cómo cambia el paisaje.
Nuestra primera parada será Rennes, la capital de Bretaña y también una ciudad bien comunicada por carretera, tren (está a hora y media de París en tren de alta velocidad) y avión. Es una pequeña ciudad universitaria, donde los estudiantes son el alma de sus calles, especialmente las de su entrañable centro histórico. Sus casitas entramadas y su catedral de Saint-Pierre hacen del centro de Rennes un espacio muy agradable. Por la tranquilidad que respiramos (en comparación con Nantes o, por supuesto, con París), se nota que vamos “aterrizando” poco a poco en Bretaña.

Pero Rennes también es modernidad. Por ejemplo, en sus inmediaciones encontraremos una moderna fábrica de PSA Citroën (modelos como el Citroën Dyane o el Citroën Xsara salieron de allí) y, para los amantes de la tecnología y la informática, fue en Rennes donde nació el llamado Minitel, un popular terminal informático que puede considerarse el antecesor francés de Internet.
Dejamos atrás las casitas entramadas de Rennes y nos dirigimos hacia la costa norte de Bretaña. Por el camino, si tenemos tiempo, podemos pasar por el bonito pueblo de Vitré, con un castillo muy bien conservado y un entorno muy agradable. Dependerá del tiempo que podamos dedicar a nuestra ruta. Como en todos los viajes, no podemos abarcarlo todo, así que tendremos que ir seleccionando.
Donde sí que recomiendo parar es en la preciosa ciudad de Fougères, que cuenta con un magnífico recinto amurallado y unos preciosos paseos con vistas. Una vez allí, no es difícil de explicar por qué personalidades del arte y la escritura como Víctor Hugo, Honoré de Balzac o François-René de Chateaubriand pasaran temporadas en Fougères, y seguramente les sirvió de inspiración para sus obras.

No estamos lejos de nuestro próximo destino, que no es otro que el Monte Saint-Michel y su famosa abadía. Este impresionante lugar es Patrimonio de la Humanidad y uno de los monumentos más conocidos y visitados de Francia. Pero también ha sido (y sigue siendo) motivo de discusión entre los bretones y sus vecinos normandos. Concretamente por su ubicación.
El “atrevimiento” que tuvo un río de cambiar su desembocadura, así como las posteriores definiciones departamentales, fueron los culpables de que el Monte Saint-Michel pasara a situarse en Normandía en lugar de Bretaña. Pero para los bretones, ese cambio nunca ha existido. No en vano, veréis muchos mapas en los que el Monte Saint-Michel sigue estando dentro de Bretaña…
La historia del Monte Saint-Michel, así como las leyendas que rodean a su abadía, merecen por sí mismas un capítulo en el blog (y todo llegará…). Pero de momento nos quedaremos con lo fundamental. La historia de esta abadía se remonta, ni más ni menos, que al siglo VIII. Unas veces accesible, tantas otras inexpugnable, esta abadía ha sido siempre un lugar especial, mezcla de refugio espiritual y fortaleza militar. Y todo ello debido, en buena parte, a las fortísimas mareas que se experimentan en la zona. De hecho, se dice que la marea llega a subir “tan rápido como un caballo que corre al galope”.

El paso de los años y los fenómenos naturales han ido configurando el carácter del Monte Saint-Michel, que se ha convertido en uno de los monumentos más visitados en toda Francia. Actualmente no se puede llegar allí en coche, pero se ha organizado un sistema de autobuses (navettes) que permiten acceder a la abadía desde el aparcamiento con bastante orden y rapidez. De todos modos, contad con al menos 2 horas para visitar el monumento.
Tras visitar el Mont Saint-Michel, tened en cuenta que, al ser un terreno muy llano, la abadía se divisa desde muy lejos, así que seguramente sucumbáis a la tentación de hacer fotos del Mont Saint-Michel desde muchos, muchos planos…
Nuestro siguiente destino se encuentra al oeste y es una de las joyas de Bretaña: la pequeña y encantadora ciudad de Dinan. Es uno de los puntos turísticos del departamento de Côtes-d’Armor y de toda Bretaña. Y no es de extrañar, pues es una ciudad medieval increíblemente bien conservada.

Merece la pena dedicar un buen rato a visitar Dinan, pasear por sus calles y encontrarse con monumentos como la basílica de Saint-Sauveur, la iglesia de Saint-Malo o el convento des Cordeliers, en el corazón de la ciudad. Pasear por sus calles empedradas, con preciosas casas entramadas, es algo extraordinario. Personalmente, creo que es una de las mejores visitas que se pueden hacer en Bretaña. Y si tenemos suerte y no nos vemos abordados por la “invasión de los turistas”, habrá sido una visita inigualable.
También el puerto de Dinan merece una visita. Allí podremos observar Dinan desde otra perspectiva, como por ejemplo la que tendremos mientras damos un paseo en los barcos turísticos que salen de allí.

Nuestro siguiente destino será la ciudad costera de Saint-Malo. A lo largo de la Historia, esta bella ciudad amurallada ha servido de fortaleza y refugio en numerosos ataques y asedios, especialmente protagonizados por los vecinos normandos, no siempre tan pacíficos como actualmente.
El ambiente que se vive en la ciudad de Saint-Malo es agradable y curioso a la vez. Su carácter de refugio amurallado hace que la ciudad esté repleta de gente, de callejuelas, de tiendas, de restaurantes. Pero el ambiente que se respira allí es muy agradable, especialmente en verano y con buen tiempo (factores que no tienen por qué darse a la vez en Bretaña), cuando sus habitantes salen a disfrutar de las terrazas y de las vistas desde las murallas de la ciudad.

En Saint-Malo, no os perdáis la catedral de Saint-Vicent, el castillo y, si la marea está baja y tenéis ganas de pasear, el Fuerte Nacional. Y un consejo: si vais en coche, tendréis que aparcar fuera de la muralla.
Vamos a ir terminando la primera parte de nuestra ruta por Bretaña, y lo haremos con un recorrido por la llamada “costa de granito rosa”. Desde Saint-Malo, tomaremos la carretera en dirección Saint-Brieuc y, desde allí, continuaremos por la costa hacia el oeste. Acantilados de color rosáceo, preciosas playas y pueblecitos encantadores como Perros-Guirec, Lannion o Plestin-les-Grèves será lo que encontremos en la zona.

Y es un buen momento para probar la gastronomía local, ¿no os parece? No será difícil encontrar sitios para comer marisco y pescado, o para probar las famosas crêpes y galettes bretonas, e incluso para tomar contacto con el folklore bretón. Y por supuesto, ¡la famosa sidra bretona!
Pues aquí os dejo disfrutando de la gastronomía bretona, y os espero muy pronto para continuar nuestra ruta por Bretaña.
Espero que hayáis pasado un buen rato leyendo este post, y espero también vuestros comentarios, ideas y sugerencias.
¡Hasta pronto! ¡Nos vemos en el próximo post!
¡No te Olvides el Pijama!
