
Si hay una ruta que ha marcado la historia de Europa, ha ido configurando la personalidad del continente tal y como conocemos hoy en día, y ha sembrado buena parte de las semillas de la actual integración europea, esa ruta es, sin duda, el Camino de Santiago.
Comenzó siendo una peregrinación meramente religiosa hacia las reliquias del Apóstol Santiago el Mayor, pero con el paso de los años fue generando a su alrededor numerosos fenómenos no necesariamente religiosos. Así, por ejemplo, se fue organizando toda una red de hospitales, establecimientos de hostelería, etc., que fue dinamizando las ciudades y pueblos que atravesaba esta ruta y forjando lo que acabaría siendo una de las principales vías de comunicación de la Europa Medieval, si no la principal.
Como en todo fenómeno religioso o cultural de este tipo, paralelamente fueron surgiendo elementos que aprovecharon el Camino de Santiago para convertirse en vividores, comerciantes que sacaban “demasiada tajada” de los peregrinos, o directamente asaltadores de peregrinos. Todo ello, unido a la oscuridad que se asocia a los tiempos medievales, podría dar (y, de hecho, ya ha dado) para numerosas novelas, pero no es el objetivo de este post.
Me gustaría que fuésemos recorriendo, poco a poco, sea a golpe de pisada, de pedaleo o de clic en el ordenador, los pasos que han venido dando los peregrinos a lo largo de la Historia. Quizá así comprendamos mejor el origen de un fenómeno que, de manera más o menos alterada, ha llegado a la Europa de nuestros días y forma parte de nuestros rasgos identitarios.
Pero permitidme que hagamos algo un poco diferente. Vamos a recorrer uno de los caminos que atravesaban (y atraviesan) los peregrinos antes de llegar a la Península Ibérica: la Via Podiensis. Si os gusta, seguiremos hasta Santiago, pero eso será más adelante. ¿Os parece?
¿Nos ponemos en Camino? Pues… ¡No te olvides el Pijama!

“Nunca es demasiado tarde para encontrar el Camino»
El Camino:
¿Dónde empieza el Camino de Santiago? Pues dice la tradición que el Camino comienza en la puerta de casa de cada uno de los peregrinos, de forma que cada uno de ellos (y de ellas, por supuesto) tiene su Camino. Pero lo cierto es que la mayoría de los peregrinos europeos ha seguido siempre unas rutas muy definidas y que se han mantenido a lo largo de los siglos. En función de su país de origen, los peregrinos seguían una ruta diferente, que les llevaba a entrar a la Península Ibérica principalmente por Roncesvalles, Irún o Jaca.
Una de estas rutas es la denominada Via Podiensis o “Camino de Le Puy”, una ruta que comienza en la ciudad francesa de Le Puy-en-Velay, que en la Edad Media se convirtió en un nudo de comunicaciones donde se aglutinaban los peregrinos procedentes de países como Suiza, sur de Alemania, Austria o, cómo no, Francia. Desde allí atraviesa regiones francesas como el Alto Loira, el Lot, las Landas o los Pirineos Atlánticos, y llega a la localidad pirenaica de Saint-Jean-Pied-de-Port, donde arranca el tramo más conocido del Camino de Santiago: su travesía por la Península Ibérica.
Antes de comenzar, una confesión: me encantaría que este texto sirviera para que os entrase el “gusanillo” por el Camino, pero no pretendo hacer de este post una guía exhaustiva sobre el Camino de Santiago. Ni soy un experto ni pretendo serlo, y en Internet podréis encontrar mucha más (y mejor) información sobre el Camino de lo que yo os pueda contar o aconsejar. Aun así, intentaré hacerlo lo mejor que pueda… ¿Comenzamos?

Visitando Le Puy-en-Velay:
Situémonos en el Macizo Central de Francia, concretamente en la ciudad de Le Puy-en-Velay. En el siglo X, esta ciudad es un hervidero de peregrinos que vienen de muchos países de Europa y que se dirigen a Santiago de Compostela en un viaje que, por aquel entonces, no estaba exento de riesgos, peligros y dificultades, y en el que la penitencia era uno de los motivos principales de peregrinación.
Si sois aficionados a la novela histórica, y especialmente si os atraen los textos ambientados en la Edad Media, con un poquito de imaginación disfrutaréis en Le Puy de una atmósfera que os transportará a esa época. Es más, si se da la circunstancia de que llegáis a Le Puy con mal tiempo o, por ejemplo, durante una tormenta, podéis sentiros afortunados, pues hará mucho más fácil que os transportéis a esa época tan llamativa y misteriosa que fue la Edad Media.
De Le Puy parte hacia Santiago de Compostela, en el año 951, el obispo Gotescalco y, queriendo o no, se apunta el tanto de ser el primer peregrino no hispánico que se conoce. Las crónicas cuentan que no viajó precisamente solo, sino que movilizó a toda una comitiva de personajes eclesiásticos y civiles. Poco se sabe del trayecto que realizaron, pero lo cierto es que Gotescalco pudo llegar a Santiago y volver sano y salvo a Le Puy. A su vuelta, como agradecimiento, mandó construir el santuario de San Miguel de Aiguilhe, que se consagró en el año 962.
Hasta la construcción de la catedral, la iglesia de San Miguel de Aiguilhe fue el principal punto religioso para los peregrinos en Le Puy. Y es digno de visitar, aunque el acceso no sea fácil, pues se encuentra en lo alto de un promontorio volcánico, a 85 metros de altura, y solo se puede llegar a la iglesia subiendo 268 escalones tallados en la roca. ¿Os imagináis lo que puede ser esa subida después de largas jornadas caminando?

Por cierto, si queréis observar desde arriba el montículo sobre el que se encuentra la iglesia de San Miguel de Aiguilhe, no hace falta que subáis a ningún helicóptero ni que pilotéis ningún dron. Solo hace falta que visitéis la imponente estatua de la Virgen (Notre-Dame de France) que está situada al norte de la ciudad. Como curiosidad, esta estatua se realizó utilizando como parte del material 150.000 kg de hierro fundido de cañones capturados en 1856 tras el asedio a Sebastopol. El acceso a esta estatua es algo más cómodo que el de la iglesia de San Miguel de Aiguilhe (aunque Le Puy es una ciudad de cuestas), y merece la pena la panorámica de la ciudad desde allí.
En el siglo XII se construyó la catedral de Le Puy, un edificio románico que se convirtió muy pronto en destino de peregrinación y, a su vez, en etapa de la peregrinación jacobea (es decir, peregrinación a Santiago de Compostela). La catedral de Nuestra Señora de la Anunciación alberga la imagen de la Virgen Negra, una figura que viene siendo objeto de veneración y peregrinación desde hace siglos, incluso antes de que la catedral estuviese terminada.
De hecho, ya a finales del siglo X, el monje alemán Bernardo de Turingia había predicho el fin del mundo para el 25 de marzo del año 992, un año en el que la fiesta de la Anunciación coincidía con el Viernes Santo, y esto fue el origen de la proclamación de un gran jubileo para quienes visitasen la catedral de Le Puy y cumpliesen una serie de condiciones. Esto, sin duda, sirvió también para aumentar la popularidad de la ciudad y hacer crecer el número de peregrinos.

¡Nos ponemos en Camino!
La catedral de Nuestra Señora de la Anunciación es el punto de partida de la Via Podiensis y será el kilómetro cero de nuestro recorrido. Es muy probable que, para entonces, ya nos hayamos informado bien de lo que significa hacer el Camino de Santiago pero, por si no lo hubiésemos hecho, o por si quisiéramos saber más sobre esta emocionante mezcla de viaje, experiencia y aventura, el museo-exposición “Le Camino”, junto a la catedral, nos aportará más puntos de vista.
El estilo románico de esta catedral acompaña al peregrino al inicio de su Camino desde Le Puy. Ya habrá conseguido su Credencial (que viene a ser un documento equivalente al “carné de identidad” en términos jacobeos, y que sirve precisamente para justificar la condición de peregrino de quien lo lleva consigo), y habrá visitado las maravillas de este templo, como la Virgen Negra, la sacristía, el baptisterio y, cómo no, la estatua de Santiago.
Seguramente, antes de partir, habrá recibido en la propia catedral la Bendición del Peregrino, y estará cargado de ánimos, pero también de dudas, de miedos, de preguntas… La tenue luz de este templo románico es, a mi juicio, un símbolo de lo que siente el peregrino cuando inicia su Camino, cuando abandona la catedral para bajar por las impresionantes escaleras de la fachada principal del templo. 1500 kilómetros le separan aún de Santiago de Compostela. Allí empieza el Camino del peregrino y, al mismo tiempo, allí comienza su viaje interior.

Antes de abandonar Le Puy, pasaremos por una pequeña fuente en la Place des Tables. Parece un lugar apacible pero, según se cuenta, el origen de esta fuente es mucho más siniestro. Parece ser que, en el año 1320, un niño que formaba parte de un coro fue asesinado por un judío que estaba cansado de oírle cantar villancicos y otras canciones que mencionaban el nacimiento de Jesús. Le enterró secretamente pero, llegado el Domingo de Ramos, el niño resucitó y se unió a la procesión, y cuando pasó a la altura de su asesino le acusó delante de todos. Es fácil adivinar el final que tuvo el asesino… Cierta o no, esta sobrecogedora leyenda es la que se cita en Le Puy como historia de esta fuente.
Poco a poco, nos vamos alejando del núcleo urbano de Le Puy y vamos recorriendo la Via Podiensis a través del Macizo Central francés. Los símbolos jacobeos, así como las cruces de peregrinos y los calvarios van marcando la senda y dirigiendo a los peregrinos hacia su destino.

El primer núcleo importante (aunque ya de un tamaño mucho menor que Le Puy) que nos encontramos es el bonito pueblo de Saint-Privat-d’Allier. Antes de ello, habremos pasado por sitios interesantes, como por ejemplo la capilla de San Roque en Montbonnet.
Por cierto, si todo este Camino está relacionado con Santiago – diréis, quizá –, ¿por qué es importante San Roque? Pues porque, en una época (siglo XIV) donde la peste azotaba Europa, San Roque dedicó su vida a cuidar a los contagiados de esta enfermedad. De hecho, él mismo llegó a enfermar de peste y, según la tradición, un perro le llevaba pan todos los días para alimentarle. Es el famoso perro de San Roque, un santo de que veremos muchas imágenes a lo largo del Camino, y que son también muestra de la dureza del mismo, especialmente en la época medieval.
El recorrido continúa por preciosos paisajes sembrados, de cuando en cuando, por pequeños pueblecitos con mucho encanto. Vayamos a pie o en coche, podemos disfrutar de unas vistas maravillosas y, cómo no, deleitarnos con la fabulosa gastronomía local. Una gastronomía que, por cierto, incorpora con muy buen gusto elementos de su entorno, como la castaña, y en la que no faltan los licores de hierbas, como el licor de genciana.
Pero para los peregrinos no todo era (ni es) disfrute del paisaje. Hay momentos difíciles, especialmente cuando las condiciones meteorológicas no son favorables. De esto dan fe lugares como Aubrac, un pueblo que, además de servir en tiempos como hospital de peregrinos, tiene en su iglesia una campana llamada “campana María” o “campana de los perdidos” (“cloche des perdus”, en francés). La finalidad de dicha campana era ayudar a aquellos peregrinos a quienes les hubiese sorprendido una tormenta, o la nieve, a encontrar su camino, no perderse y refugiarse en un lugar seguro.

Terminaremos nuestro recorrido, por ahora, en el pueblo de Conques (Concas, en occitano, la lengua de la región), que ha recibido un gran título: el pueblo más bonito de Francia.
Conques es un precioso pueblo que, actualmente, no llega a los 300 habitantes, pero que tiene un importante significado histórico en lo que se refiere al Camino de Santiago. En él se encuentra la Abadía de Sainte-Foy, que fue un elemento clave para el pueblo.
Esta abadía fue fundada a principios del siglo IX por un grupo de monjes, que en el año 817 adoptaron la regla benedictina. Por aquella época, Conques era un lugar de paso en la peregrinación hacia Santiago, pero podríamos decir que era un lugar secundario, no tenía mayor importancia. La importancia estaba en la cercana ciudad de Agen, donde se encontraban, entre otras, las reliquias de Santa Fe, virgen martirizada en el siglo IV.

Pues bien, para conseguir una mayor afluencia de peregrinos (y que con ellos llegase el progreso del pueblo y creciese la importancia de la abadía), a mediados del siglo IX uno de los monjes pasó una temporada en la ciudad de Agen. De allí volvió con el “tesoro” que cambiaría la historia de Conques. Como quizá habéis adivinado ya, este monje “trasladó” las reliquias de Santa Fe de una manera un tanto irregular (lo que se ha denominado una “traslación furtiva”), y finalmente estas reliquias llegaron a Conques.
Esta “adquisición” trajo consigo un notable incremento en la afluencia de peregrinos, así como una ampliación de la abadía, y situó a Conques en un punto clave del Camino hacia Santiago. En cuanto al templo en sí, su estado de conservación es muy bueno. Su fachada principal es impresionante y su interior, aparte de un precioso claustro, alberga el tesoro del monasterio, un tesoro que fue escondido en tiempos de la Revolución Francesa por diferentes canónigos, sacerdotes y otras personas que, pasado ese tiempo, lo devolvieron y repusieron en su totalidad.

Curiosidades históricas aparte, merece la pena dedicar un tiempo a visitar Conques y, en la medida en que nuestro tiempo y presupuesto nos lo permita, pasar la noche en este pueblo puede ser una buena idea. Paseando por sus calles nos daremos cuenta de por qué han otorgado a Conques el título de “pueblo más bonito de Francia”.
Un paseo por la Rue Charlemagne de Conques nos servirá para descansar de nuestro viaje y prepararnos para seguir la ruta. Una ruta que “No te olvides el Pijama” continuará en su próximo post.
Muchas gracias por acompañarme en este viaje. Espero que hayáis pasado un buen rato leyendo este post y…
¡Hasta pronto, nos vemos en el siguiente post!
