
En el post anterior comenzábamos nuestro particular Camino de Santiago utilizando una de las rutas que han venido utilizando los peregrinos europeos desde hace siglos: la Via Podiensis.
Hicimos una pausa en el pueblo de Conques, que lleva con orgullo y justicia el galardón del “pueblo más bonito de Francia”. Nos quedamos disfrutando de sus calles empedradas, respirando ese ambiente único de las poblaciones que, aunque el mundo actual no las considere tan importantes, históricamente sí lo fueron, y conservan ese aire de leyenda, tradición y misterio que nos hace ver que, digan lo que digan los cánones actuales, siguen muy vivas.
Pero el Camino sigue y nuestro objetivo queda aún lejos. En este post, iremos dejando atrás el Macizo Central de Francia para ir acercándonos a los Pirineos, acogiendo en cada etapa a un mayor número de peregrinos que tienen el mismo propósito que nosotros: llegar a Santiago de Compostela.
Una vez más, os invito a que recorramos justos esta etapa del Camino de Santiago, ya sea a pie, a caballo, en bicicleta o, para aquellos que no queráis o no podáis hacerlo de ninguna de estas maneras, a través de las líneas de este blog. Espero hacer una modesta contribución a que sintáis “gusanillo” por el Camino.
¿Seguimos en Camino? Pues… ¡No te olvides el Pijama!

Retomamos el Camino que dejamos en el post anterior en el precioso pueblo de Conques, clasificado por la UNESCO como Patrimonio Mundial. Este pueblo ha dejado el listón muy alto de lo que nos encontraremos en nuestra ruta, pero tenemos que continuar para seguir avanzando y descubriendo nuevos lugares.
Pasaremos por el denominado “Pont romain”. Pero, a pesar de lo que podamos pensar, no se trata de un puente romano. Es cierto que la traducción literal es esa, la de “puente romano”. Pero, en este caso, hay que quitar a los romanos algo de mérito y decir que ese nombre no es sino un error de traducción que se ha perpetuado durante siglos.
En la región se habla desde siglos la lengua occitana (o lengua d’oc), y es precisamente una palabra occitana – “roumieus”, que significa “peregrinos” – la que dio nombre a un puente que, por otra parte, se construyó en la Edad Media, muchos siglos después de la época romana.
Echaremos de menos la tranquilidad de Conques cuando retomemos el Camino, pues nos quedan muchos kilómetros de importantes subidas y bajadas, que nos hacen acordarnos de todos aquellos que dicen que “en Francia todo es llano, no hay montañas”. Cursito de Geografía para todos ellos. O que cojan las botas y se pasen por esta ruta, porque el Macizo Central francés es muy respetable.
Nuestro recorrido transcurre por el departamento del Lot (que toma su nombre precisamente del río Lot), un entorno natural precioso, en el que van apareciendo pequeños pueblos como Figeac o Limogne. Este último tiene una gran importancia para los amantes de una de las delicias culinarias por excelencia: la trufa. Los domingos por la mañana se celebra en Limogne un “mercado de la trufa”, en el que se negocian tanto trufas negras como blancas, tanto las llamadas “trufas de invierno” como las “trufas de verano”… En fin, ¡no olvidéis el nombre de este pueblo si sois amantes de las trufas!

A medida que nos vamos acercando al valle del Lot, el terreno se va haciendo algo más llano y menos “agresivo” para los pies del peregrino. A orillas del río Lot se encuentra la ciudad más grande que cruzaremos en este post: Cahors.
La historia de Cahors es larga y no exenta de dificultades. Fue poblada por los romanos (sí, en este caso no hay error de traducción, fueron los romanos quienes fundaron la ciudad de Divona en la actual Cahors) y sufrió numerosas guerras, destrucciones y reconstrucciones a lo largo de la Historia.
La tranquila ciudad de Cahors, que cuenta con aproximadamente 20000 habitantes, es la ciudad más grande que nos vamos a encontrar hasta alcanzar los Pirineos. No puede faltar, al menos, la visita a su catedral de Saint-Étienne, que en cierto modo podría parecernos una fortaleza (nada raro si tenemos en cuenta que, por los avatares de la Historia, la ciudad de Cahors tuvo que enfrentarse a numerosas amenazas de sitio y destrucción), así como una visita al puente Valentré (del siglo XIV, y que tardó casi 70 años en construirse, una verdadera “obra de El Escorial” en versión francesa). Y disfrutemos de pasear por el casco antiguo, de sus paseos a la vera del río Lot y, cómo no, de la gastronomía de la región.

A estas alturas del Camino, es posible que nos asalte la pregunta de cómo es posible que sepamos (o creamos saber) por dónde pasaban los peregrinos en su camino hacia Santiago, cómo podemos estar seguros de que estamos siguiendo realmente sus pasos. Pues bien, dentro de la (in)seguridad que acarrea la distancia histórica, hay varios argumentos para justificar el recorrido del Camino que realizamos actualmente. Hablaremos de dos de ellos:
En primer lugar, buena parte de la red de carreteras de que disponemos actualmente no es sino resultado de la evolución de las rutas comerciales y de peregrinación (ambos conceptos siempre estuvieron interrelacionados), de modo que, aunque el grado de importancia de las ciudades ha ido cambiando con el paso de los años, estas rutas han seguido utilizándose.
Por otra parte, el Camino de Santiago ha ido dejando sus huellas en forma de edificios religiosos tales como iglesias o capillas, y también en forma de hospitales. Estas construcciones han servido para ir recuperando la ruta original de los peregrinos, así como para estudiar de qué forma, por qué motivos y en qué medida se peregrinaba en la antigüedad.
De este modo sabemos, por ejemplo, que los denominados “hospitales” no tenían tanto una función de “asistencia sanitaria” sino que más bien servían de hospicio para los peregrinos (pues eran unos “pobres espirituales”, aun cuando quizá fueran ricos en su vida ordinaria), que debían cumplir una serie de normas, entre ellas la de no permanecer allí “vagando” más de un número determinado de días, etc. Por citar ejemplos cercanos a nuestra ruta, Cahors y Moissac contaron con hospitales para peregrinos.
Precisamente algunos kilómetros después de cruzar Moissac se encuentra uno de los monumentos que, personalmente, más me han impresionado a lo largo de esta ruta: la Colegiata de San Pedro de La Romieu.

Poco sabemos del origen de esta colegiata, pero la tradición cuenta que toma el nombre de La Romieu por establecerse allí dos monjes que volvían de una peregrinación a Roma y, en lengua occitana, un peregrino es un “roumieu”. Lo que sí sabemos es que esta colegiata fue fundada por el cardenal Arnaud d’Aux, pariente del Papa Clemente V, en el año 1312.
La colegiata se divisa desde antes de llegar a La Romieu, y es un verdadero placer visitar su claustro, su nave central y, desde el belvedere que tiene una de sus torres, admirar la belleza de la región. Además del innegable valor histórico de este edificio, veréis que esta colegiata tiene un ambiente muy especial, un aire tranquilo y a la vez misterioso. Quién sabe los secretos que guardan sus paredes… Por ejemplo, estos muros conocerán la verdad acerca de la leyenda más famosa de La Romieu: la de “Angéline y los gatos”.

Cuentan que 1342 y los años siguientes fueron años horribles para la agricultura de La Romieu. Sus habitantes sufrieron una gran hambruna, no tenían absolutamente nada que comer, así que decidieron comerse los gatos que había por sus calles. Pero la pequeña Angéline, una niña del pueblo, sentía tal amor por los gatos que sus padres le permitieron quedarse con un gato y una gata, a condición de que los mantuviese siempre encerrados.
Los gatos de la Romieu desaparecieron, pero después llegaron las ratas. Y esas ratas destrozaban la ya de por sí modesta cosecha de sus habitantes. Fue entonces cuando Angéline anunció que conservaba los gatos, que habían tenido gatitos y que entregaría los cachorros a cada vecino del pueblo. Y así, gracias a estos gatitos, que cazaron a todas las ratas, la pequeña Angéline consiguió salvar a todo su pueblo de morir de hambre.

La Romieu rinde homenaje a la pequeña Angéline con numerosas estatuas y figuras de gatos que recuerdan la leyenda, pero no serán ellos los únicos personajes legendarios que nos encontraremos en el Camino…
Y lo haremos en la pequeña ciudad de Condom, una ciudad que, como podéis imaginar, ha sufrido bastante por el significado de su nombre en inglés (de hecho, una ciudad inglesa se negó a hermanarse con ella por las bromas que se gastarían a raíz de dicho hermanamiento), pero que es digna de visitar. Por cierto, el origen del nombre de la ciudad de Condom es la palabra gascona “Condomagos” (confluencia), que hace referencia a que la ciudad se encuentra en la confluencia de los ríos Baïse y Gèle.
Es digna de visitar su catedral de San Pedro, un imponente edificio gótico del siglo XIV. Junto a la catedral encontraremos la estatua de los héroes gascones más famosos: Athos, Porthos, Aramis y, por supuesto, ¡D’Artagnan! Sí, el célebre D’Artagnan y los Tres Mosqueteros eran gascones, es decir, de la región que atravesamos. Y este monumento tiene una peculiaridad: es la única estatua que se conoce en la que aparecen juntos los cuatro héroes…

No deberíamos salir de la ciudad sin probar su “producto estrella”: el armagnac. El armagnac es un aguardiente de vino que se fabrica en la región desde la Edad Media. Su producción masiva comenzó en el siglo XVII y tuvo su apogeo en el siglo XIX. La elaboración de este aguardiente fue siempre muy importante para la economía de la ciudad, que llegó a estar comunicada por vía fluvial con Burdeos para su distribución.
Incluso los peregrinos contribuyeron a la promoción del armagnac, pues no era raro que los peregrinos “animasen cuerpo y mente” con esta bebida, la llevaran con ellos y hablaran de sus bondades a lo largo del Camino.
Santiago de Compostela queda aún muy lejos, pero poco a poco vamos notando la cercanía de los Pirineos. El paisaje ha cambiado, también las gentes y, a estas alturas, el Camino ya habrá cambiado muchas cosas en el propio peregrino.

La última etapa del Camino de Santiago en suelo francés nos lleva a la preciosa villa de Saint-Jean-Pied-de-Port. Para algunos peregrinos, ese es el principio de su Camino. Para otros, una etapa más. Pero Saint-Jean-Pied-de-Port es un punto de encuentro para todos ellos.

El centro de Saint-Jean-Pied-de-Port (o Donibane Garazi, en euskera), es una ciudadela que tiene su origen en el siglo XII. Los peregrinos entran a ella por la Puerta de Santiago (porte Saint-Jacques) y prosiguen su camino hacia Compostela por la rue d’Espagne. Pero antes habrán recorrido su ciudadela, sus callejuelas empedradas y sus preciosas casas. Y habrán visitado alguna de sus iglesias, como la de la Asunción.
En Saint-Jean-Pied-de-Port acaba la Via Podiensis, pero no del todo porque, al fin y al cabo, la Via Podiensis es solo un tramo del Camino de Santiago, y al llegar a Saint-Jean-Pied-de-Port nos daremos cuenta de que el «sentimiento del Camino» va creciendo por momentos…
El hecho de que buena parte de los peregrinos inicie el Camino de Santiago en esta localidad hace que ya empecemos a acostumbrar el oído a un sonido peculiar, el de los bardones de los peregrinos al pasar por las calles empedradas esta bella ciudad.

Abandonar Saint-Jean-Pied-de-Port significa, para muchos, comenzar el Camino de Santiago. Una vez más, la mezcla de ilusiones, dudas, miedos y preguntas es parte del equipaje del peregrino en su viaje interior.
Y en el exterior se encuentra con una dura prueba, pues el Camino transcurre por el puerto de Ibañeta (Col de Roncevaux, en francés). Este puerto es el lugar histórico de paso entre Francia y España, y nos lleva a otra de las localidades más conocidas del Camino de Santiago: Roncesvalles.

Roncesvalles es también punto de partida en el Camino de muchos peregrinos, especialmente españoles, en buena parte porque puede parecer un poco más engorroso llegar hasta Saint-Jean-Pied-de-Port desde España. Pero si estáis planificando hacer el Camino desde allí, y el tiempo (atmosférico) es razonablemente bueno (concretamente, sin nieve), os diría que no perdáis la oportunidad de comenzar vuestro Camino en Saint-Jean-Pied-de-Port, y así disfrutar de los paisajes del puerto de Ibañeta. Sumar esta etapa a vuestro recorrido es más fácil de lo que parece. Por ejemplo, la empresa de autobuses Alsa ofrece viajes directos de Pamplona a Saint-Jean-Pied-de-Port durante buena parte del año.

Son muchos los kilómetros del Camino de Santiago que nos quedan por recorrer. Pero en Roncesvalles dejaremos, por el momento, el nuestro. Más adelante continuaremos con nuestra ruta hacia Santiago de Compostela.
Espero que os haya gustado este post y, para aquellos que os vayáis a poner en Camino, mucho ánimo y ¡Buen Camino!
¡Hasta pronto!
